Para los críos de los ochenta la televisión era nuestra tablet.

Solo existían dos cadenas. La 1 y La 2. Nombres sobrios. Fáciles de recordar y al grano. Y, aunque os pueda parecer inverosímil, en más de una ocasión había serias dudas sobre en cuál de las dos quedarse. En mi casa ganaba La 1 por goleada: La Bola de Cristal, El Equipo A, Los Sabios. Jordi Hurtado ya andaba por ahí. Crecimos sin muchas opciones, pero el tiempo ha demostrado que eran suficientes y que más nos arrastrarían a un lodazal de dudas y bloqueo.

Por eso, muchos individuos bien formados, sanos y equilibrados de mi generación se quedan dormidos noche tras noche decidiendo qué demonios van a ver en Netflix. Recorriendo el menú de arriba abajo y de izquierda a derecha. Hay gente que lleva meses suscrita y todavía no ha acabado de ver nada. Demasiadas opciones para nuestro cerebro binario por tradición. La 1 o La 2. Correcto. Un rombo sí, dos no. Perfecto. Pero ahora…

—Cari, ¿Y si terminamos de ver Sucesor Designado?

—Uff, más política no. ¿Y si vemos It?

—De miedo no

—Esta de The Boys dicen que está bien.

—Más superhéroes no, por favor.

—¿Pues Umbrella Academy?

—También es de superhéroes.

—Pensaba que era un reality de paragüeros.

—Mira, ¿y si vemos Friends?

—¿¡Otra vez!?

—Vale.

Qué risas con Ross. Pero al final dormidos a las diez y media.

¡Ay los 80! Vida sencilla. Ahora tenemos una oferta de ocio absurda e inabarcable. No sabemos qué hacer, nos bloqueamos ante la variedad. Nos ocurre lo mismo con los partidos políticos. Cada vez hay más y nos hacemos un lío: derecha, ultraderecha, derecha cobarde, izquierda, izquierda pero un poco más hacia allá.

Los ochenta era una época de binomios. Felipe o Fraga, Galerías Preciados o El Corte Inglés, Sabrina o Samantha Fox, Donovan o Tyler. Bipartidismo vital. Sencillo y cómodo.

Saludos.

Y el tema ochentero de hoy es: