10 de octubre de 1986
We’re leaving together,
But still it’s farewell
And maybe we’ll come back
To earth, who can tell?
I guess there is no one to blame
We’re leaving ground (leaving ground)
Will things ever be the same again?
Tengo nueve años. Después de mucho (pero que mucho) insistir he logrado que mis padres me lleven al circo. No a que me vean. Como espectador.
Hace un par de semanas vi los carteles desde el autobús que me lleva del colegio a casa, la línea 116, que conduce el bueno y sonriente Sito. De vez en cuando nos regala cromos que por lo que a mi respecta es como repartir droga; te regalan la primera dosis para que te enganches y después vas al quiosco pensando que te van a dar los sobres (papelinas) gratis y nada de eso: ¡Te las cobran! Las artimañas de las redes de camellos adaptadas al mundo editorial. ¡A la cárcel deberían ir todos! Centrémonos que solo tengo 9 años y no debería tener estos pensamientos. Sé que Sito es solo un mandado y lo hace con buena intención. Nos llevamos muy bien y aunque en teoría solo puede regalar dos sobres por persona, siempre me deja caer alguno más. Sin duda, sería un gran camello. Al menos para el cliente.
En los últimos tiempos Sito y yo hemos forjado una fuerte amistad basada en Europe. Y eso es indestructible. Aunque él no lo reconozca se ha convertido en un gran fan de la banda sueca. Bueno, en realidad fan de la primera cara de la cinta que es la única que escuchamos en el bus. Óscar es el primero que sube a la ruta y lo primero que hace nada más poner un pie en el bus es saludar a Sito y darle la cinta. La cara 1 dura exactamente 20 minutos y 33 segundos (hora zulú) que es (minuto arriba, minuto) abajo lo que Sito tarda en llegar a mi parada. La puerta se abre con un bufido/chirrido hidráulico que deja paso al solo de Ninja (el tema que cierra esta cara) o a los últimos compases de Danger on the track dependiendo de si Sito ha pillado el semáforo de Salvador Moreno en verde o en rojo. No importa. El tema es que le tiendo la cinta y ahora el bus está bastante lleno, hay ambiente y seguro que se va a liar. Vuelve a empezar la cara 1. ¡Y menuda cara 1!
Un cara que se abre con The final countdown y todas sus variantes de pronunciación siendo la más aceptada De fainol chauncha. ¿Que os puedo contar a mis nueve años de está canción? ¡Que es la mejor canción que he escuchado en mi vida! Solo Take on me de a-ha podría competir, pero es que esta tiene unos solos de guitarra que molan mucho. Cuando llega ese momento todo el mundo en el bus toca una guitarra imaginara a toda velocidad y mueve la no menos imaginaria melena con golpes de cabeza a ritmo de bombo incluido. Hasta Sito lo hace y eso que ya nos ha parado la Guardia Civil en un par de ocasiones, pero les pusimos la parte del solo y acabaron uniéndose a la fiesta. Tricornios fuera.
El segundo corte es Rock the night. El pasillo del bus es mi Wembley particular y los mayores, que van sentados en los asientos de atrás, hacen los coros con ímpetu y acierto. A esta le sigue Carrie: la balada. El lenguaje es muy caprichoso y es curioso como la balada y el balido son palabras hermanas. Es cierto que hay mucho cantante que no canta, que bala, pero a mis nueve años no debería pensar en eso. Cuando la intro de piano de Carrie asoma, mis amigos y yo activamos el protocolo de emergencia romántica. Ellos corren las cortinas de sus asientos para crear ambiente y que el bus quede a media luz. Me siento al lado de Mónica que es la chavala que me gusta, de hecho es casi la única niña que conozco. Metafóricamente Mónica es Eva (de Adán y Eva) ya que es la primera niña en un colegio de curas. Papelón. La manzana en el paraíso de las sotanas. Y eso marca. La voz de Joey Tempest nos arrulla y yo le hago el playback, boli bic en mano, mientras ella sonríe, levanta los hombros y aprieta fuertemente los libros contra su pecho. Estamos a punto de darnos el primer beso. Ella cierra el ojo No es tuerta, pero lleva un parche color carne muy moderno. Pone morritos y yo la correspondo. La distancia entre nuestros labios es cada vez más pequeña. Mis amigos se amontonan en los sillones de al lado y no dan crédito. Para ellos es casi como porno en directo. Apenas un centímetro separa nuestras bocas y la última frase de Tempest: When lights fall down… es la guinda. Fundido a negro.
13 de enero de 2020
Mi primer beso fue cuatro años después, porque en ese mismo instante comenzó a sonar Danger on the track. Mis colegas descorrieron las ventanas en una perfecta coreografía a lo West Side Story y el espectáculo prosiguió. Mónica se quedó con las ganas, pero es que Danger bien vale la pena, no es momento de romanticismos. Ya si eso después. Normalmente llegábamos al colegio con el tema acabando. Subidón absoluto (y necesario) para enfrentarse a un día lectivo entre curas y algún que otro hombre de fe.
Que sí, que después crecimos y descubrimos que había más emisoras que Los 40 principales y mis compis de bus fueron evolucionando: uno se hizo rocker y otro metalero; a otro le regalaron demasiados cromos y le dio por escuchar reggae, una pandilla muy maja de mayores se dejaron el pelo largo como Europe y les decían heavys. Aún lo siguen siendo, pero sin pelo. Otros se hicieron punkies, algunos mods e incluso mi amigo Ramón me confesó un día que quería ser gitano para tocar la guitarra flamenca. El hecho de que fuera manco y albino jamás le echó atrás.
Más tarde aparecieron los indies, los modernos (que aparecen cada vez que alguien en el planeta cumple 30 años) y los folkies, pero en 1986…¡Ay en 1986! Todos descubrimos The final countdown en el autobús de Sito. Todos fuimos Europe alguna vez.
Y el que diga que no miente.
¡Salud!